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SIETE MESES EN EL ESTERCOLERO DE ALMAS


La doctora Garden descendió los veintiocho escalones que separaban el despacho de recepción. Gracias a la rutina diaria lo hizo con una soltura impropia para su edad, aunque con alguna cabriola ocasionada por un molesto reuma que le afectaba las extremidades izquierdas, un reuma zurdo como ella misma solía llamarlo.
En la verja de entrada esperaba la nueva asistenta que mandaban del ministerio de asuntos sociales. Otra pobre infortunada que no aguantará más de dos meses, tiene la misma cara de susto que todas.
Tatiana esperaba de pie tras la verja, nerviosa ante el examen más importante de su vida, maravillada ante la belleza del refugio, sobrecogida incluso por la atracción irresistible del lugar.
El refugio era en realidad un edificio colonial mantenido gracias a las donaciones de magnates anónimos y sostenido contra viento y marea por la abnegación de la doctora Garden. Unos jardines maravillosos cercados de boscaje bajo las montañas de nieves perpetuas. El abrigo de los desamparados, el destino de muchas voluntarias que sintieron el impulso de misionera allá, en el ostracismo de la gran ciudad.
Sin embargo todas ellas infelices sufrieron el revés del destino. Ninguna de ellas descubrió la luz en el mundo nebuloso de los más necesitados, de los desamparados. Todas ansiaron cambiar sábanas, alimentar al tullido, inyectar antibióticos, sacarlos al patio en recreo y arroparlos en la noche. Y lo tuvieron que hacer, pero además de cambiar las sábanas tenían que lavarlas, tenderlas, plancharlas y colocarlas de nuevo. Los tullidos tenían estómago, y alguno muy suelto, y las cucharadas de puré que tragaron apenas cinco minutos antes salían sin permiso por entre los pijamas. Las inyecciones con ayuda de otra voluntaria, había que moverlos para que se sintieran vivos, frotarlos para evitar las úlceras, duchar a quien se podía y bañar al resto, peinarlos y acicalarlos para que estuviesen presentables para las visitas familiares que a veces se cumplían. Salían con facilidad al patio, recogerlos era otro asunto, porque era difícil negarles la pequeña sensación de libertad que les quedaba. Las noches de guardia librada tocaba alboroto, pues muchos de ellos parecían esperar la noche para fastidiar en lo posible, incluso muchos recuperaban una lucidez momentánea que los especialistas achacaban a la Luna. Y aún faltaba algo, algo que ninguna de las asistentas pudo adivinar, que ninguna de las anteriores supo concretar… Algo que las devolvió sin honores al mundo real del que habían intentado huir…
Tatiana se aclimató con nota, tanto que incluso sorprendió a la doctora Garden. A pesar de los traspiés de novata consiguió sobreponerse con un esmero y dedicación que hasta el momento no había conseguido ninguna de sus antecesoras. Solo lleva tres semanas. Sí, porque la crisis de resistencia espiritual acordaba unos plazos, y la doctora Garden podía descubrirlos en los rostros desencajados con un margen de error de apenas dos días.
Tatiana empezó a sospechar que además de su entrega faltaba algo que no conseguía descubrir, no todo consistía en sacrificarse, eso de momento estaba resuelto. Enfrascada en las sensaciones de la novedad no había tenido tiempo ni de quejarse, estaba rendida, con dolores de espalda, calambres en las manos y con los nervios a flor de piel. La crisis comenzaba…
Las noches libradas de guardia y de alborotos lloraba a lágrima viva, por ella y por ellos. Por ella porque sentía, a pesar del esfuerzo, que su trabajo era inútil, y porque sufría con la fatalidad de los otros, porque hasta entonces había sostenido la entereza de su persona con la fe del mismo Dios que le inculcó su madre, y descubrió que no era suficiente porque estaba empezando a derrumbarse… Por ellos, porque nacieron personas y ahora consumían sus almas en el estercolero de la sociedad, un lugar abandonado de la mano de Dios donde a lo mejor un día tendría que regresar como paciente, y no estaba preparada para eso.
Era una noche de guardia. Tatiana a pasitos cortos sobre el suelo de madera, abstraída en las vetas de madera, contándolas como tantas otras noches para adivinar en cual decidiría abandonar. Pero perdió la cuenta porque el rielo de luna sobre el barnizado le mostró un rastro de sangre. Con un vuelco en el corazón disparó la alarma silenciosa que avisaría a la doctora Garden.
Llegó con la cojera zurda pero a carrera limpia. Siguieron el rastro por toda la sala hasta un recodo que conducía al almacén. Acurrucada en la esquina de la puerta y sobre un charco de sangre encontraron a Lorena, tenía clavado un tenedor en el pecho.
Lorena era un alma en pena, un despojo de carne inservible que solo demostraba vida en los espasmos que la sacudían. Un trozo de carne que en otro tiempo fue de mujer bella, arrebatadora, deseo de unos y envidia de otras. Hasta que el atropello del desgraciado borracho consiguió borrarle para siempre la sonrisa con que había nacido. Consiguieron salvar a Lorena, pero el tenedor quedaría hincado para siempre en la memoria de Tatiana.
Tatiana había solventado tres meses cuando un nuevo percance sacudió el orden inestable del refugio: Arturo se había colgado de una viga.
Nadie supo como lo consiguió, pero hacía tiempo que la doctora Garden temía un final parecido. Arturo, atleta universitario, un alumno aplicado y el deseo de muchas adolescentes. Hasta que una enfermedad tan desconocida que no tenía ni nombre le asaltó a traición y lo postró para los restos en una silla de ruedas. Parapléjico, tartamudo y con el llanto perpetuo en las visitas de sus padres no se podía esperar otro final, la doctora Garden lo sabía.
Tatiana siguió resistiendo con terquedad, más por obsesión que por convicción, pero sospechaba que perdería la batalla final, las grietas en su voluntad eran cada vez más profundas.
Resistió con solo dos lágrimas la muerte del carpintero sin manos que se murió de pena. Superó el aborto sangriento de la más loca que seguía jurando por siempre que el feto era obra del diablo. Un sollozo por la muerte de la madre del niño con huesos de cristal, ya nadie vendría a verlo. Y los llantos en las noches perpetuas, los aullidos de dolor en las atenciones médicas, la ciega que nunca hablaba y que le rogó ayuda para morir con dignidad… Y el desconcierto de los recién llegados, inocentes ellos que todavía mantenían el brillo del milagro en los ojos…
Tardó siete meses en rendirse. Y lo hizo porque el secreto del problema que no descubría no se encontraba en limpiarles los pañales embarrados, ni blanquearles las sábanas y atinarles el puré en la boca… No por la falta de las piernas de atleta, los ojos hermosos que nunca más acariciarían las nubes, las manos sabías de manualidades, la cárcel con ruedas o los espasmos de chiflado. El secreto se escondía tras la máscara de sufrimiento, no eran desgraciados porque les faltasen las manos o las piernas, no lo eran porque la ceguera o el espíritu los hundiera en el fango del mundo oscuro… Eran desgraciados, y lo serían por siempre, porque necesitaban amor, y Tatiana no podía darles más, no tenía ni para ella misma.
La doctora Garden descendió los veintiocho escalones que le separaban de la entrada. En la verja le esperaba la chica que mandaban del ministerio. Otra pobre infortunada que no aguantará más de dos meses, tiene la misma cara de susto que todas…

ZAR.

Zar, es el hermano de mi amiga-hermana, es una maravilla de escrito, se que le han concedido un premio!!...pero no se cual, es lo mismo.....

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