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¡VENDA MIS OJOS!¡ATA MIS MANOS!


Entramos en aquella habitación cerrada. Él me miró en silencio mientras me desnudaba despacio. Habíamos quedado. Un encuentro. La tensión formaba parte del juego sado/masoquista. Sentía su respiración profunda, como la de un animal que espera caer sobre su presa. No hablamos. El silencio excitaba. Me vendó los ojos con vigor. La oscuridad. Todo quedaba en sus manos. Yo dejaba de serlo. En mi ceguera aumentaba mi respiración. El cerebro, saturado, me provocaba, me torturaba a la vez. Me cogió de las manos. Me las ató con fuerza. Mi cuerpo iba siendo detenido, apagado en su fuerza. Le pertenecía, porque habíamos convenido que así fuera. Sentí su aliento sobre mi hombro. Su olor caliente; una mezcla de alcohol y tabaco. Sentí el roce de la piel de sus brazos, el vello intenso, la cobertura animal que le protegía. Comenzaba a sentir una clara desorientación.

Todo había comenzado. La puesta en escena se desarrollaría siguiendo un ritual. La purificación era el regalo y yo la ofrenda. Repetí las palabras. ¡Ata mis manos! ¡Ciega mis ojos! ¡Desnuda mi cuerpo para hallar en ti la verdad! ¡Dámela si crees que soy digna de alcanzarla!.


Marqués de Sade.