«No tocas un libro, tocas un hombre»
(Walt Whitman)
En cada poeta asoma la posibilidad de inaugurar un mundo. Ahí radican la grandeza y el temblor portadores de la palabra escrita. No es otra su tarea.
Ante la mirada —en este caso del poeta— las cosas asoman por definición inconclusas. Asoman como oportunidad. Lo fundamental, entonces, es dejar que el asombro cumpla su tarea, que sea él quien nos conduzca por los laberintos de la imagen, del verbo, de lo realmente significativo de aquella experiencia que pretendemos fijar en el tiempo propio y en el de los otros.
Frecuentamos la realidad, demasiado a menudo, con la mirada superficial del turista y pasamos, con cierta simpleza, por las vivencias cotidianas sin dejarnos sorprender o interpelar por ellas. Estamos en exceso acostumbrados a lo desechable y hemos llegado a creer que todo lo que nos pasa cae dentro de esa categoría.
Por fortuna, aún hay quienes pretenden ayudarnos a mirar o más bien sueñan colocar en nuestras manos su mirada como ofrenda de reencuentro. Norton Contreras Robledo es uno de ellos.
Estas páginas interpuestas ante nosotros están colmadas de vida. Por eso, poseen la magia de lo simple y cotidiano trastocado por la palabra. Obligado a girar sobre otro eje, el verbo que habita la memoria del autor se transforma en presencia, a modo de exorcismo, reubica la realidad ante sus propios demonios y los nuestros…«una mujer con una soñolienta guitarra me contempla/ desde una fotografía./ Me desarma con su timidez,/ me abraza con su ternura».
El ejercicio, no tan común, de una memoria capaz de modelar el paisaje desde los matices menos conscientes en cada uno, es la apuesta que en estos poemas se extiende como un «doble o nada» sin el cual ninguna propuesta literaria merecería el nombre de tal.
Nombrar o convocar las cosas y los hechos que llevamos bajo la piel, para que nos ayuden a reconocernos cada mañana, como parte de un flujo inagotable, trascendiendo la precariedad del instante y la conciencia de nuestra finitud, es la intuición que atraviesa las páginas de este libro.
Cada cual posee una respuesta muy personal para esta inquietud, pero en el fondo algo nos dice que es la misma, que no hay muchas sino una sola: la del mismo e irrepetible ser humano, en cualquier lugar, inmerso en los acontecimientos, tratando de decir «…aquí estoy».
Contreras Robledo, atraviesa y pasa revista a toda una existencia marcada por todo aquello que nos cincela; la esperanza, el dolor, el amor, el desamor, la injusticia… en fin lo que bien sabemos ha quedado guardado en los pliegues de las horas y los días...«aquí están los cantos,/ vienen de las alturas de los andamios,/ con los que los obreros/construyen grandes edificios», nos aclara en sus versos.
La necesidad de que las palabras retomen su rol fundacional, en lo inmenso del desafío de estar vivo, asoma casi como una declaración de principios inevitable a la hora de hacerse oír: «quiero desenterrar las palabras/ sepultadas bajos los restos de las estrellas muertas». La labor entonces del poeta nos es otra que hundir sus manos, su mirada y su ser en medio de la muerte, para desde ahí reencender el horizonte con la alquimia del verbo. Es la certeza que mueve al creador y lo ubica dentro de una dinámica de crecimiento nutrida en la disciplina silenciosa de la búsqueda sin fin del propio lenguaje o la propia voz, la única capaz de convertir en universal —valga la paradoja— lo que por definición nos pertenece y nos invade.
Así lo expresa Norton en uno de sus poemas: «Soy el reflejo de tu alma,/ la prolongación de tu tristeza,/ la sombra de tus horas de hastío,/ la tristeza rondando tu esquina,/ el elemento que se repite en toda tu novela/…espejos, lo que se ve reflejado en ellos/ y a través de ellos… la soledad».
Transitan también por estas páginas los rostros de aquellos que fueron tragados por la noche oscura y siniestra de la dictadura militar en su patria natal —Chile—, y en América Latina, ellos son la causa de una dura, pero inevitable, imprecación al Dios enseñado en el hogar y recibido junto a la leche materna. El poeta pregunta: «¿Dónde están los desaparecidos?.../ Cuando todo esto pasaba, cuando estos crímenes horrendos.../ decidme ¿dónde estabas? ¡vos Dios!/ Vos que estás en la tierra, en el cielo y en todo lugar./ ¡Decidme! Dios: ¿vos dónde estabas?/ ¿Estabas tomando mate con los patrones?/ ¿En algún asado en una hacienda?/ ¿Estabas mirando un partido de fútbol en el mundial?».
Esta suerte de recriminación, surgida desde el fondo mismo del dolor y la injusticia, se muestra como una voz colectiva: son las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina, son los Familiares de detenidos Desaparecidos en Chile, son la Victimas de los Escuadrones de la Muerte en El Salvador… somos todos preguntando lo mismo, somos todos preguntando por los mismos. Somos los que a pesar de tanta muerte, seguimos creyendo en la vida… los que no hemos olvidado a ninguno de esos rostros cargados de sonrisas que ninguna bota manchada de sangre podrá borrar, aunque pasen siglos, aunque el sol caiga a pedazos o hasta que los encontremos y abracemos nuevamente.
Es el amor, en definitiva, el que nos lleva a preguntar y nos impide caer en el olvido. No podría ser de otra manera.
No vivimos tiempos fáciles para apostar por la belleza o reivindicar la palabra como fundamento de un modo de vida. Hoy parece ser que las ciudades y sus calles no nos pertenecen, han sido arrebatadas inevitables y lentas por el consumo —y no sólo de bienes, sino también de personas—. Parece que no hubiera mucho más para hacer.
Afortunadamente, esto no es una verdad absoluta —si es que éstas existen— aún queda mucho por hacer y creemos que la poesía tiene un papel fundamental en la construcción de un nuevo paradigma existencial para el ser humano actual. Ella es la única capaz de leer la realidad de un modo tal que posibilite la re-humanización de los principios y estructuras que nos rigen.
La poesía en su afán de totalidad es portadora de certeza, voluntad de cambio y recreación que identificada en lo esencial y más significativo, las carencias del viatore del siglo XXI.
En este nivel de aproximación a la obra de Norton Contreras Robledo, ella asoma como un recuento vivaz y vivencial de todo un camino sin otra posibilidad de resolución que el recurso a lo poético. Es la poesía la que ofrece a nuestro autor la experiencia y la posibilidad de transformar lo inefable en imagen, en evocación o en presencia.
Decíamos, al inicio, que cada poeta nos ofrece la posibilidad de inaugurar un mundo. En estos Cantos en tiempos de amor y de guerra esa posibilidad se ofrece generosa y cuestionadora al lector a partir de una panorámica que junto con desplegarse ante nosotros por medio de imágenes, se nos hace reconocible y habitable por medio de la sintonía secular que la experiencia humana nos ofrece. En ella nos podemos encontrar y mejor aún, nos podemos proyectar, en la certeza de que en cada uno de nosotros no es inútil o estéril la presencia de los sueños que aún nos quedan por concretar.
Es en ellos en quienes nos movemos… en quienes nuestra porfía sigue existiendo.
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